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A LA DERIVA


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-Michael, Michael, ven aquí! Tú también tienes que jugar con nosotras. Mi reina tiburón se llamará Rachel Rose, el tuyo tiene que ir a por comida, así que más vale que te des prisa....
-Una cerveza, por favor...

-Lo peor de una ruptura es cuando te das cuenta de que quieres romper...


Las conversaciones se entrecruzaban en la piscina de Pomene (Mozambique) mientras buscaba un tema sobre el que escribir. Normalmente hubiese tenido mucho que decir sobre las niñas mandonas que llaman a sus tiburones Rachel Rose... pero el tema de las rupturas llama insistentemente a mi puerta.

Primero fueron los problemas en el paraíso de Anne, después de Julia y ahora se me acumulan. No he podido contrastar la información que sentenciaba tan rotundamente el orondo Sudafricano con todas ellas, pero me consta que muchas coinciden en que el peor momento es nadar a contracorriente.

Mientras nadas con un fin, todo tiene sentido, pero cuando te das cuenta de que estás a la deriva y de que ese camino no te lleva a ninguna parte, te falta el aire, sientes que te ahogas. Eres consciente de que llegarás a la orilla en algún momento...¿cuando? ¿Quién te mandaría nadar hacia la boya? La cosa se pone peor, tienes el viento en contra, y pensar que sería tan fácil dejarse arrastrar por el viento, dejar que todo siga su curso... Demasiado tarde, ya te has dado cuenta de que lo que quieres es estar en la orilla. (Y eso que los de la orilla sólo quieren echarse al agua).

También hay quien piensa que lo peor es decirlo, verbalizarlo...puede que sea mi caso, pero eso es sólo porque cuando trato de explicarme tiendo a complicarme con metáforas que sólo me resultan gráficas a mi misma.

Las valientes Rachel Rose, han emprendido el camino hacia la orilla, vuelven a la casilla de salida con la cabeza muy alta, y aquí las espero yo, con un par de manguitos pa´ lo que haga falta.


pd. el dibujo es de Luis Alberto López fernández

MENSAJE ENVIADO


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Hay veces en que el simple hecho de sentirte culpable no es impedimento suficiente para dejar de hacer algo. Veces, en que la idea de qué pasaría de no hacerlo, pesa más que el miedo a llevarlo a cabo. Y de pronto tienes ante tus ojos un  “mensaje enviado” y ya no hay vuelta atrás. 

Sólo un condensador de fluzo podría enmendar tu error y tampoco debe de funcionar tan bien, o que se lo pregunten a Michael J Fox y su parkinson galopante.

Mientras te embarga una mezcla de vergüenza, incertidumbre y cosquilleo estomacal, pulsas mil veces ctrl+z  en tu cabeza,  pero, el único momento en el que deseas que se abran cien mil ventanas de "¿realmente quieres arrastrarte tanto?", cancelar no es una opción.

Ya sólo queda el remordimiento, literal -donde uñas, bolis y labios son los grandes perjudicados- y metafórico -cuando sientes tanto dolor en el alma que ya no te quedan dudas de su existencia. La única salvación posible es no recibir la bofetada que prevés desde el primer caracter. Pero, admitamoslo, si hay culpabilidad, la probabilidad es muy alta: se avecinan calabazas o, a lo peor, una humillación mayúscula. 

Pero ahí están. Cada fin de semana, en el mundo, se suceden millones y millones de mensajes bomba pasada la media noche, y lo que es peor, gracias a internet ahora existen los mails bomba, y cualquier-sucedáneo-de-chat bomba.

Tres mensaje bomba han estado a punto de hacer volar en pedazos mi RÉSISTANCE anti-bucle (afortunadamente me conozco, bacalao, y borré el número y todo rastro de No-Novio en mi móvil). Como mi ansia autodestructiva no tuvo éxito por ese lado, dejé una bonita canción en el muro del pirata.
¿A ti te ha contestado? Pues a mi tampoco, pero ha cambiado su foto de amor en blanco y negro, por una de devoción en tecnicolor. Ahí lo llevas.

Sólo queda apechugar con mis principios: "si quieres escribir, escribe, porque ya no es que te quedes con las ganas, sino que las retienes y magnificas". Eso fue lo que le dije a Marianne, y espero que ella haya tenido más suerte con el Chaleco.

¿Quemar el último cartucho* o perder el móvil escondiéndolo en cualquier maceta?

*Una cosa es una cosa y otra cosa, son dos cosas. Último cartucho no es dignidad. Esa me gusta conservarla intacta, por mucha orden de alejamiento que me pusiera aquel fulano.


UNA SERIE DE CATASTRÓFICAS DESDICHAS


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Te levantas una mañana con la luz del día, que no debería estar ahí. 
Mierda! El despertador no ha sonado. Te lanzas dentro de la primera camiseta que ves. Te lavas los dientes y observas con impotencia la indeleble mancha blanca sobre tu camiseta negra, pero no hay tiempo para cambiarse, ya fingirás que no sabías que estaba ahí cuando alguien pregunte. Te abrasas la lengua con el único sorbo de té que te da tiempo a dar.


 Sales a la calle y está lloviendo.Temes por tu pelo que no debe ser mojado o se convierte en un gremlin, pero a medida que avanzas por la calle te das cuenta de que deberías haber temido por tus deportivas donde tus tres pares de calcetines chapotean la mar de a gusto. 

Ves el autobús arrancar y el cruel conductor, no contento con dejarte maldiciendo bajo la lluvia, te arroja un tsunami de agua negra. Genial, puede que ese barro radioactivo consiga borrar la mancha de pasta de dientes. No, parece que no, sigue ahí, impertérrita. 


En lo que esperas al siguiente autobús preguntándote por qué no te sacarías el carnet cuando tenías 18 años, confías en que tu ropa interior se mantenga seca.
En el largo trayecto rezas porque hoy sea uno de esos días extraordinarios en que los funcionarios se hayan levantado con buen pie.

Llegas a tu destino y descubres cómo puede empeorar tu día en un mismo marco espacio-temporal. Recorres durante 3 horas un edificio de 7 plantas subiendo y bajando escaleras en busca de formulario 131 y la forma amarilla. Después de jugar a Astérix con la burocracia, consigues tu objetivo: un papel sellado.
Respiras de alivio y vuelves al hogar, deseando amputarte tus gélidos pies que empiezan a desobedecer tus órdenes.

En el camino de vuelta, te encuentras con un gato blanco que corre agresivamente hacia a ti, profieres insultos e inicias una carrera histérica. Puedes oír como se acerca. Muerta de miedo ante las inminente garras de una bola de pelo, te giras para constatar que finalmente la bolsa -sí, he dicho bolsa- te ha alcanzado. Ignoras la mirada ojiplática de tu vecino mientras mesas tus cabellos gremlin como si nada hubiera ocurrido. ¿Me habrán subido las dioptrías? 

Llegas a casa, miras el calendario y te das cuenta de que has olvidado felicitar el UUUAAAIIIYYAAA a tu amiga Marianne, con la que celebras un aniversario ficticio el 14 de febrero.

Para convertir tu día en algo productivo te dispones a liberar tu escritorio de la ropa que lo ha vuelto invisible y...BUM, por quinta vez consecutiva en lo que va de semana has olvidado que tu techo tiene pendiente y has añadido un nuevo chichón a la colección.

Le cuentas a alguien tu día y mientras se descojona de tu infortunio trata de consolarte con un: Míralo por el lado positivo, hoy no te ha cagado ningún pájaro, podría haber sido peor...Y piensas: Grfrgñgrfr claro que podría haber sido peor, todos mis seres queridos podrían haber sido arrastrados por un tornado hacia las fauces de Godzilla pero, también podría haber sido mejor!

Por fin llega la noche y puedes meterte en la cama, pensando que mañana sea otro día. (Y tanto, mañana a estas horas estaré volando a Amterdam)

¿Soy sólo yo, o hay gente con mala suerte?

Lo mismo es como cuando juegas a "Cosas que le pasan a todo el mundo pero que nadie cuenta" y acabas un minuto sin amigos:
- Fingir que el pedo proviene de otro culo.
- Caerte en público, fracturarte todos los huesos de la pierna, levantarte dignamente y responder: Que va, no me he hecho nada
- Hacer que escuchas a alguien mientras piensas cuantísimo te meas.
- Darte cuenta de que vas en la dirección equivocada y girarte 180º en medio de la calle.
- Justificar por qué llevas las ropa del día anterior como si fuera un hecho extraordinario cuando generalmente sueles repetir sólo que con gente distinta.
- Contestar el saludo de alguien que no te hablaba a ti y fingir que mirabas a alguien detrás suyo.
- Dormirte en el metro y despertarte con tu propio ronquido.
- Empecinarte en defender algo aunque sepas que te has equivocado.
- Escupir mientras hablas y observar el resultado en el pelo/ropa del interlocutor.
- Mear y que se te caiga la Game Boy al váter. 

-... Minuto sin amigos...