LA MADRE DE TODOS LOS VICIOS


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Es la envidia. 
¿O era la pereza? Ni las siestas de 4 horas, ni las meriendas de bulímica (gula), ni la sangre a punto de ebullición (ira) pueden superar al deporte nacional. El único que practico, de hecho.

Estos ojos verdes no lloran, pero casi, al ver a adolescentes descerebradas con sus pies recocidos en fabulosas UGG, o bizquean al otear en la lejanía -de su miopía- una de esas extrañas parejas de bellos y bestias.
¿A quien hay que arrimarse para conseguir uno de esos? Bien pensado, ¿a quién hay que arrimarse para conseguir unas de esas?

Llamadme rara -que no será la primera vez- pero prefiero pies con botas, que mano con novio. 
Preferir no es la palabra pero es que novio tampoco lo es. 

Dicen mi padre y Naomi que nunca encontraré novio. El primero, por fastidiar, el segundo porque es consciente de que mi concepto de novio difiere de lo normal. Pero es que yo lo que prefiero a unas botas es otro anormal con una clara concepción del espacio: el suyo y el mío.
¿Y entonces por qué quise aplastar a Naomi bajo un muslo gigante de pollo frito?

Hay tres vías que conducen a la soltería: convicción, elección u obligación.
La soltera convencida no cree en la pareja. La soltera obligada quiere y no puede. Y todo caso intermedio implica una decisión y una elección.

Tras pasarme las dos horas que duró la película "I me wed" con la ceja metafóricamente enarcada -que deduzco que intenta retratar lo que sería una soltera por convicción, a través de la absurda protagonista (la absurda Lois Lane de la absurda Smallville) y su boda consigo misma- descarté esa modalidad.

Hoy, la envidia despertada por una pareja, un parque y una tarta de cumpleaños me ha dejado bailando con la obligación. ¿Será que soy normal?


LOS HOMBRES DE MI VIDA


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Tengo mucha curiosidad por saber que contestarían Paz, Marianne o Julia, si les preguntaran cuantos hombres de mi vida he encontrado a lo largo de la misma. Si yo tuviera que responder sobre ellas diría 1, 1, 1; y si respondiera sobre mí, serían 3.

En su caso, los unos son señores hilos; largas o intensas relaciones que tuvieron o tienen vistas a un futuro, de ahí que pueda aplicarse la expresión "es el hombre de mi vida" como el hombre con el que quiero pasar el resto de mi vida.

En mi caso, ni uno, ni dos, ni tres, son más que hilos fugaces que me arrancaron la expresión "es el hombre de mi vida" con la misma frivolidad que le digo "mira tu novio" a una amiga cuando pasa un feo. Ni creo en los flechazos, ni en el romanticismo (como chorrada sentimental, en el movimiento artístico tengo fe ciega), así que debe de ser cuestión de dramatismo.

Uno, era irlandés, rubio y mayor. Paseaba en su bicicleta cuando le pregunté una dirección. Tras una conversación absurda se marchó mientras le contemplaba pedalear. Tras salir de mi trance de 5 minutos, corrí en la dirección por la que se había ido con las esperanza de no darle alcance.

Dos, era el maderiense que quería cambiar el mundo. Su ex era tan escorpio como él y como yo. Tras compartir cervezas, risas y opiniones sobre la revolución se marchó a Londres sin despedirse.

Y tres, es un pirata. Con pelo largo, con parche en el ojo, con cara de bueno. Una en cada en puerto, un baile, un beso, un vuelo y si te he visto no me acuerdo. 

Lo curioso es que en todos los casos mi inseguridad crónica no me impidió asegurar que la conexión no estaba solo en mi cabeza: uno me miraba fijamente a los ojos, dos me agarraba la mano y tres se llevó mi sonrisa en su beso.

Extranjeros, se fueron como aparecieron, y me vieron más fea que nunca (carne de cañón para un "mira tu novia"); si me fío de las pautas, no volveré a ver al pirata; si me fío de mi madre, todo pasa por una razón.

BUSCANDO EL DRAMA


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El ser humano, por naturaleza, ante la comodidad busca alteraciones. El mismo principio que convierte en una tortura la que hace dos segundos era la postura más cómoda del mundo, es el que nos lleva a buscar drama cuando la estabilidad aburre.

Novias que tras meses en la nube el “amuor” buscan una bronca o amenazan con anhelar la soltería y la promiscuidad, o novios que un día cualquiera se dedican a pinchar y pinchar hasta que el otro explota. La sal de la vida.

El homo italiani se lleva la palma en estas lides. Como diría María, tienen el gen Montesco. La relación más turbulenta que he vivido la protagonizaban mi vecino de abajo y su también italiana novia o esposa, nunca mejor dicho.

Julieta tenía unas normas estrictas –no sé si por dramatizar o por tiranizar. Romeo tenía prohibido llevar gorro, fumar solo, comer galletas en público (porque según Julieta el ruido era insoportable) y comer en su propia cama. Aún más inquietante que las normas en cuestión lo es el hecho de que Romeo acatara las leyes.

Un buen día Julieta plantó a Romeo y Romeo se deshizo en lágrimas ante sus dos atónitas vecinas. Cuando ya pensábamos que el drama no podía ser más intenso que ver a un tipo hecho y derecho llorar como un niño con claro síndrome de Estocolmo, deciden quedar para hablar. (Y dale con creerse que se está en la tercera fase cuando la herida aún sigue abierta). ¿Resultado? Julieta vomitando –en teoría por la angustia, en mi opinión por los excesos- y Romeo llorando.

¿Qué puede haber más dramático que esa Julieta convenciendo al auditorio de sus vómitos emocionales? Un tercero en discordia. Un español que lejos de aportar simpleza se unió al culebrón.

En la escena tercera tenemos a Romeo, chocando de bruces con la realidad de su Julieta en brazos de otro. Un grito de dolor rompe el cielo. Julieta zarandea a Romeo. Romeo huye. Los Montesco temen por su vida. Homo Ibericus contagiado por la teatralidad llora y persigue a su rival. Se amenazan. Ni un golpe. Se cierra el telón.

He de confesar que soy una adicta al drama pero aquello fue excesivo hasta para mí. No es de extrañar que Julieta se conviertiera en una de las personas que más curiosidad me han llegado a suscitar, por su poder de convicción y liderazgo.
Tuve la ocasión de compartir noche y cervezas con ella y Homo Ibericus y no supe desentrañar el misterio de su carisma. Bueno, al menos aclaré la duda de cómo Homo Ibericus se prestó a tamaño circo y es que el tipo era raro raro raro como él solo. Según me lo presentaron me preguntó mi nombre, mi edad y cuál era mi sueño. Cara de póker y repóker. Drama, melodrama.


ENCUENTROS EN LA TERCERA FASE


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Gran parte de mi tiempo vital discurre en el transporte público. En esos momentos de soledad y aburrimiento introspección, mi cabeza viaja sola a mundos insólitos. Tan pronto estoy imaginando mi vida entre gorilas como confeccionando el menú de la semana.

Las ensoñaciones, que no las planificaciones –el menú de la semana es de lo más inocuo-, conllevan un elevado riesgo: por ley, todo aquello que imagino nunca se cumple. Es un hecho comprobado que toda la gente interesante con la que he soñado despierta, una vez imaginada, nunca llega a materializarse. Por lo que nunca viajaré al Congo a buscar a Amy la gorila así que, puede que críe kiwis en Nueva Zelanda…¡mierda! Ya no puede suceder tampoco.

En los múltiples trayectos de hoy me ha dado por pensar el tiempo que paso sola. No es que me guste, pero me ha hecho acostumbrarme a ciertas situaciones. Conozco a mucha gente que le da vergüenza comer solo, ir al cine solo o hablar solo. Sin embargo a mí me dan vergüenza cosas absurdas como llevar maletas grandes, que mis zapatos hagan ruido por la calle o encontrarme con alguien inesperado.

Está la típica de encontrarte con un compañero del colegio o la facultad y fingir que no le ves, y luego está la atípica de ver a un ex en el metro y tirarte al suelo para que no te vea. Bueno ex, por llamarlo algo, que así dicho puede parecer hasta comprensible que habiendo tenido sentimientos de por medio, saludarlo pueda suponer un reto. Desengañaos, hablo de unos morros y de mi pardeza máxima.

Lo más parecido a un ex que tengo es no-novio. Y a él aún no he accedido a verle. Ahí sigue al pie del cañón, pretendiendo que estamos en la tercera fase de aceptación y superación. El bucle acecha pero…VIVE LA RÉSISTANCE!