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LA MADRE DE TODOS LOS VICIOS
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16.de
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Es la envidia.
¿O era la pereza? Ni las siestas de 4 horas, ni las meriendas de bulímica (gula), ni la sangre a punto de ebullición (ira) pueden superar al deporte nacional. El único que practico, de hecho.
Estos ojos verdes no lloran, pero casi, al ver a adolescentes descerebradas con sus pies recocidos en fabulosas UGG, o bizquean al otear en la lejanía -de su miopía- una de esas extrañas parejas de bellos y bestias.
¿A quien hay que arrimarse para conseguir uno de esos? Bien pensado, ¿a quién hay que arrimarse para conseguir unas de esas?
Llamadme rara -que no será la primera vez- pero prefiero pies con botas, que mano con novio.
Preferir no es la palabra pero es que novio tampoco lo es.
Dicen mi padre y Naomi que nunca encontraré novio. El primero, por fastidiar, el segundo porque es consciente de que mi concepto de novio difiere de lo normal. Pero es que yo lo que prefiero a unas botas es otro anormal con una clara concepción del espacio: el suyo y el mío.
¿Y entonces por qué quise aplastar a Naomi bajo un muslo gigante de pollo frito?
Hay tres vías que conducen a la soltería: convicción, elección u obligación.
La soltera convencida no cree en la pareja. La soltera obligada quiere y no puede. Y todo caso intermedio implica una decisión y una elección.
Tras pasarme las dos horas que duró la película "I me wed" con la ceja metafóricamente enarcada -que deduzco que intenta retratar lo que sería una soltera por convicción, a través de la absurda protagonista (la absurda Lois Lane de la absurda Smallville) y su boda consigo misma- descarté esa modalidad.
Hoy, la envidia despertada por una pareja, un parque y una tarta de cumpleaños me ha dejado bailando con la obligación. ¿Será que soy normal?