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LA MAGIA DEL DESENCANTO
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17.de
17.de
¿Por qué? ¿por qué? ¿por qué?
Me viene a la cabeza Peter Griffin y esa sopa que dejó pasar, ¡cuántas sopas pesan sobre mi alma!
Soy de esas indecisas que se piden el mismo plato que el de al lado y que eligen los tres primeros ingredientes de la lista por no pensar y hoy ¡me dejan sola con 500 vestidos y 19 malas pécoras!
La cosa no podía haber acabado de otra forma, me he vuelto a casa con un vestido, en apariencia favorecedor que inexplicablemente ha perdido el encanto al sacarlo de su hábitat y al llegar frente a mi espejo se ha convertido en un harapo.

Y yo pregunto ¿no eres tú, soy yo?
El encanto del vestido que en la tienda convence y al llegar a casa vence. El tío de aquella noche de aquel día que a la semana siguiente se convierte en su hermano gemelo feo -como un demonio, que diría mi abuela. (Y apunta un amigo: la tía que a la mañana siguiente siempre fue un orco)
Hemos perdido la magia, pero por el camino. Lástima que alguna vez la tuvieran, el batacazo es mayor. ¿Será que a medida que transcurren los segundos idealizamos lo recién conocido o que me quejo de vicio -yo que me quejo de que mi hermana no deje de quejarse-?
Sea como sea sólo espero no tropezar con los kilometros de vestido que arrastro y acabar de romper mi maltrecha dentadura frente a la mismísima K.W. (actriz hollywoodiense), que dicho sea de paso, me merece el mismo entusiasmo que el resto de desconocidos con los que voy a compartir noche y melopea.
pd: preveo fiesta de macizas II